El papa Francisco se ha ganado muchos corazones con su estilo sencillo y sus exhortos a ayudar a los más pobres del mundo. Sin embargo, ha conturbado a los católicos tradicionalistas que adoraban a su antecesor Benedicto XVI, quien restituyó parte de la pompa tradicional en la figura del pontífice.
La decisión de Francisco, de desatender una regla de la Iglesia y lavar los pies a dos jovencitas, una musulmana serbia y una católica italiana, durante el ritual del Jueves Santo, ha sido para esos tradicionalistas la gota que derramó el vaso: una evidencia de que el nuevo papa tiene poco o nulo interés en una de las prioridades de Benedicto: revivir las tradiciones anteriores al Concilio Vaticano II en la Iglesia.
Uno de los "blogs" tradicionalistas con más lectores, "Rorate Caeli", reaccionó a la ceremonia del lavatorio declarando que había muerto el proyecto de ocho años de Benedicto para enderezar lo que el entonces pontífice consideró interpretaciones erróneas de las reformas modernizadoras del Concilio.
"Por ejemplo, ha llegado oficialmente el final de la reforma a la reforma", deploró "Rorate Caeli" en su reporte sobre el ritual del Jueves Santo.
Un comentarista afín a esas ideas tradicionalistas en Argentina, el país natal de Francisco, es Marcelo González, quien reaccionó a la elección de Francisco con un artículo titulado "¡El Horror!"
González afirmó que Jorge Mario Bergoglio, el actual papa, no realizó prácticamente esfuerzo alguno como arzobispo de Buenos Aires por revivir la antigua misa en latín, una causa abrazada por Benedicto XVI y por los tradicionalistas.
"Enemigo jurado de la misa tradicional, no ha permitido sino parodias en manos de enemigos declarados de la liturgia antigua", escribió González en la publicación Panorama Católico Internacional.
Prácticamente todo lo que ha hecho Francisco desde que fue elegido papa -cada gesto y decisión- ha disgustado a los tradicionalistas de un modo u otro.
La noche del 13 de marzo, cuando se le eligió en el cónclave, Francisco salió al balcón central de la Basílica de San Pedro sin la "mozzetta", la capa de terciopelo rojo y piel de armiño, usada por los anteriores papas durante actos oficiales. En vez de ello, vistió una sencilla túnica blanca. Ese gesto se convirtió en un símbolo del rechazo de Francisco a los atavíos del papado. Para algunos, representó además un desdén al pontificado de Benedicto XVI, dado que el papa alemán buscó revivir muchas vestimentas litúrgicas de sus antecesores.
Inmediatamente después, cuando los cardenales le juraron obediencia, Francisco no los escuchó desde una silla o pedestal, como hicieron otros pontífices. Permaneció de pie, al mismo nivel que los cardenales.
Ello seguramente lastimó a los tradicionalistas, quienes recuerdan con nostalgia los días en que los papas usaban la silla gestatoria, una suerte de trono portátil, sobre el que eran llevados en andas. Posteriormente, Francisco ha exhortado a "intensificar" el diálogo con el islam, un gesto que irrita a los tradicionalistas, los cuales consideran que un afán por estrechar las relaciones interreligiosas no es sino una señal de relativismo teológico.
Francisco seguramente echó sal sobre las heridas el Viernes Santo. Durante el vía crucis en el Coliseo, elogió la "amistad con nuestras hermanas y hermanos musulmanes", en una ceremonia en la que recordó también las penurias de los cristianos en Medio Oriente.
El nuevo pontífice causó también azoro al rechazar la cruz pectoral que le ofreció, justo después de su elección, monseñor Guido Marini, el gurú vaticano en materia litúrgica. Durante el pontificado de Benedicto, Marini se convirtió en el símbolo de los esfuerzos de ese papa por restablecer los cantos gregorianos y la vestimenta con brocado de seda, típica de la época anterior al Concilio, durante las misas que oficiaba el sucesor de San Pedro.
Marini ha permanecido al lado de Francisco mientras el nuevo papa le imprime su propio sello a las misas, con vestimenta más sencilla y homilías improvisadas. Pero muchos esperan que el nuevo obispo de Roma nombre pronto a un nuevo maestro de ceremonias litúrgicas, más afín a sus prioridades de llevar a la gente común el mensaje de amor y servicio de la Iglesia, sin los ornamentos de su antecesor.
Ciertamente, ninguno de esos lujos de la alta jerarquía eclesiástica estuvo presente en el acto del Jueves Santo, dentro de la prisión de jóvenes de Casal del Marmo en Roma, donde el papa de 76 años se arrodilló para lavar y besar los pies de 12 reclusos, incluidas dos mujeres. El ritual revive el lavatorio de pies que Jesucristo les hizo a sus 12 apóstoles durante la Última Cena, antes de la Crucifixión, en una muestra de amor y servicio a ellos.
Las reglas litúrgicas indican que sólo pueden participar hombres en el ritual, dado que todos los discípulos de Jesús eran varones. No era raro que algunos curas y obispos pidieran excepciones para incluir a las mujeres, pero las reglas son claras.
Francisco, empero, es la cabeza de la Iglesia, de modo que, en teoría, puede hacer lo que le plazca.
"El papa no necesita permiso de nadie para hacer excepciones sobre la forma en que las reglas eclesiásticas se relacionan con él", destacó el columnista conservador Jimmy Akin en el National Catholic Register. Pero Akin hizo eco a las preocupaciones planteadas por el abogado canónico Edward Peters, asesor del alto tribunal vaticano, quien dijo que Francisco ponía un "ejemplo cuestionable" simplemente al hacer caso omiso de las reglas de la propia iglesia.
"Es natural que la gente imite a su líder. Ese es el punto crucial del pasaje en que Jesús lava los pies de sus apóstoles. De forma explícita e intencional puso un ejemplo para ellos", dijo. "El papa Francisco sabe que está sentando un ejemplo".